La situación

25.06.2009 00:00

El tema es el siguiente, a lo largo de la vida se van dando diversas situaciones que te llevan a tomar posición; no sólo eso, forjas estilos, defensas y ataques, aprendes a amar y te atreves a odiar (me refiero que aceptas que en ciertas ocasiones uno odia, y si te lo ocultas te come por dentro) para luego perdonar. Vivir en situación de tensión puede llevarte a crecer de una hermosa manera, estar en el mundo a contrapelo de tus afectos, de tu propia disposición afectiva, es decir, haciendo la contra a ese “sentimiento”, yendo contra la corriente o sea, no dándole el gusto a esa disposición, puede redundar en lo que llamamos reciedumbre o en la aniquilación de uno mismo, o mejor, en el nihilismo, que es la pérdida de uno mismo aunque no la muerte evangélica donde en el fondo se alcanza la plenificación, sino la caída en la enajenación o evasión de la propia humanidad, personalidad o vida, como quiera llamarlo.

La reciedumbre.

La vida se ha transformado en una gigantomakia to on, en una lucha titánica por el ser, pero aún más la “realidad” es la que toma ese cariz, no una realidad allá afuera, sino yo y mi circunstancia (J. Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia”). Viene sin ser esperada, esta lucha gigante, y practica en nosotros una fuerte sensación de nada, un sentimiento de “el-mundo-sigue-andando”, en el que también uno mismo, por estar ya perdido, por ya no pertenecerse, debe seguir andando… muchos piensan, no equivocadamente, que se “exterioriza” de alguna manera ese estado existencial (de ahora en más lo llamaré estado “de realidad”) pero no toman en cuenta el modo como se “realiza” la reciedumbre. Se dice cotidianamente emulando a Platón, que “se nota en la cara lo que pasa por dentro”, que “hay algo en esa mirada que me habla”, etc. y así tantos otros dichos que cada uno sabe. Es verdad que se nota, pero la metamorfosis producida es, no solo al nivel de la corporalidad sino de la realidad. Hay una profundidad en la apertura que se realiza ante esta situación (no olvidemos de dónde partimos, no nos referimos a una especie de depresión o cambio anímico debido a alguna cuestión, sino de un estado de vida, si no permanente, al menos con el tiempo necesario para provocar la “realización” de la reciedumbre. Que implica sentimientos es claro pero va más allá). Escuchemos, a nuestro modo, lo que nos aporta el Filósofo: “debemos ser despreocupados, irónicos y violentos”, sólo el super-hombre puede pasar el desierto del nihilismo, y el desierto avanza. Si, esta realización se lleva a cabo en un árido desierto, que es el lugar de la prueba y la tentación, la tentación de bajar los brazos, de abandonarse y entregarse a la fantasía de un oasis que alguna vez llegará y que mientras tanto te vas secando y cerrando a la propia vida. Vida es lucha, es reciedumbre y sólo se puede gozar de ella (de la vida) habiendo pasado el desierto. Digamos, en resumidas cuentas, que lo que más se parecería a esa situación que puede llevarte a la reciedumbre es vivir con el enemigo en casa.

Las palabras descolgadas del Filósofo, antes dichas, nos muestra la disposición afectiva que se tiene cuando el camino escogido es el de la reciedumbre y no el del nihilismo. Ser despreocupado, no es ser evasor, que te de lo mismo (indiferencia) o ser apático porque en esa despreocupación uno padece largamente. Despreocupado de la vida, en definitiva, ocupado de la vida, ocupado de lo propio y no de la situación, no obsesionado y sobrepasado por lo que ocurre, por la circunstancia.

Es esa despreocupación la que lleva a ser irónco, a reirse de la vida… tengamos en cuenta que una cosa lleva a la otra.

Y es la ironía que te lleva a la violencia, a no dejarse abatir, a luchar para no quedar atrapado en el desierto (nihilismo).

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